Arsenal de sonrisas
Me tragaba despacio, como la serpiente que desencaja su
mandíbula y con un ritmo pausado de contracciones y extensiones musculares
empuja la presa hacia su interior para engullirla completamente y digerirla sin
prisa.
Sentía el efecto del veneno y notaba cómo me succionaba. Me veía
ya devorada y, sin saber cómo, reunía fuerzas para empujar con mis manos las fauces
del monstruo y sacar fuera mi debilitado cuerpo. Intentaba confundir a la fiera
asomándome sonriente al balcón fingiendo felicidad porque esto le desconcertaba
y le hacía escapar gruñendo expresiones ininteligibles. Pero al día siguiente regresaba
aún más iracunda y hambrienta, enseñándome sus afilados dientes y rugiendo de rabia.
Sé que podía oler mi debilidad. Babeaba. Intentaba triturarme, acabar conmigo.
Entonces planté cara a la alimaña. Envolví mi cuerpo con
escamas punzantes, dejé crecer mis uñas hasta que se convirtieron en garras y aprendí
a morder donde más duele. Luchamos descarnadamente durante meses hasta que, viendo
que nunca podría vencer mis eternas ganas de vivir, saltó por la ventana haciéndose
añicos al caer.
Logré recuperarme, pero cada mañana salgo sonriendo al
balcón para mantener alejada a la bestia, para ahuyentar la maldita depresión.
Y si regresa, me reiré en su cara.
(Imágenes bajo copyright del autor)